LA IGLESIA COMO EXPRESIÓN DE UNIVERSALIDAD

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A giant crowd of pilgrms attend the mass celebrated by Pope John Paul II 19 October 2003 on St Peter Square at the Vatican for the beatification of Mother Theresa. Thousands of pilgrims flocked to the Vatican just six years after the death of the nun they called the "Saint of the gutters". AFP PHOTO PATRICK HERTZOG

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Por: Dr. Freddy Contín Ramírez
freddycontin@gmail.com

La iglesia vive permanentemente en diálogo con el mundo; un diálogo respetuoso de la autonomía de lo temporal. En este ámbito se encuentran las cosas como instrumentos que utiliza el ser humano con distintos objetivos, que pueden estar enfocados para el desarrollo y promoción del ser humano o para su destrucción.

EL HECHO CENTRAL ESTÁ EN EL USO DE LA LIBERTAD Y LAS POSTURAS DE INTERESES QUE MUEVEN AL SER HUMANO, A LA COMUNIDAD O A LAS INSTITUCIONES, Y A LA VISIÓN QUE SE LE DÉ A ESTAS POSTURAS.

A nivel de la Iglesia siempre se ha mantenido una postura de plena apertura a la universalidad. La «Catolicidad» de la Iglesia abre el compás a una visión más amplia, pero a la vez, más integral de toda la riqueza que nutre a la Iglesia como Pueblo de Dios.

Ya la misma de nición que expresa el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, da la dirección en la cual se debe caminar y obrar: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, un signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (No. 1).

Esto se re ere al Dios, Padre de todos, pero también a Cristo Resucitado que es el mismo Jesús de la historia, que compartió la cultura de un pueblo determinado, pero que en la dimensión de la salvación se abrió a todo el género humano.

Esta Iglesia es también el Pueblo de Dios, que es «un pueblo universal, familia de Dios en la tierra; pueblo santo; pueblo que peregrina en la historia; pueblo enviado» (Documento de Puebla, 236), que se constituye por la fe en Jesucristo muerto y resucitado, de donde fundamenta su ser profético.

Continua este Documento diciendo: «Es un pueblo que anuncia el Evangelio o discierne las voces del Señor en la historia. Anuncia donde se mani esta la presencia de Su Espíritu; denuncia donde opera el misterio de iniquidad, mediante hechos y estructuras que impiden la participación más fraternal en la construcción de la sociedad y en el goce de los bienes que Dios creo para todos» DP. 267).

Visto desde este contexto se entiende el mandato de Jesucristo:

«VAYAN, PUES, A LAS GENTES DE TODAS LAS NACIONES Y HÁGANLAS MIS DISCÍPULOS, BAUTÍCENLAS EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO, Y ENSÉÑENLES A OBEDECER TODO LO QUE LES HE MANDADO A USTEDES» (MATEO 28,19-20).

Este es un mandato que no se restringe a un pueblo o a una cultura, sino a todos los pueblos y a toda cultura en todos los tiempos; por lo tanto, se abre a una dimensión universal, mundial, desde un mensaje único que tiene que impregnar a todas las gentes de cualquier raza, cultura y nación.

Por eso, la Iglesia es en el mundo el cuerpo, del cual Cristo El Señor es cabeza; ella continua la presencia salví ca de Cristo y ha de hacerlo con el mismo estilo de Su Señor y Maestro, como Iglesia pobre, que no usa las armas del poder, de la in uencia social o política, sino que se basa en la fuerza de La Palabra, en el valor de la oración, en la fuerza del Espíritu que la impulsa, a través del testimonio y de la acción de sus miembros, con sus diferentes y variados carismas, a ser alma del mundo para que éste, llegue a ser una familia de hijos y hermanos que vivan en paz, justicia y solidaridad, frutos del amor que Dios, por Su Espíritu, infunde en los corazones de sus fieles.

La Iglesia tiene, además, una larga historia. Nosotros no somos los primeros ni seremos los últimos cristianos en el mundo. Nos insertamos en la larga cadena de eles que atraviesa los siglos y que, cada uno en su época, ha ido enfrentando las circunstancias a la luz de la fe y dando respuestas en la medida de su posibilidad y compresión.

Es una historia con sus logros y sus caídas, ha sido guiada por el Espíritu Santo, por lo tanto, la hemos de conocer, respetar, aprender de ella y descubrir los grandes valores, verdades y formas de vida que, a través de los siglos, se han demostrado fecundos para la misma Iglesia y para el mundo.

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