Por: Jeannette Miller
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Una de las cosas más difíciles es reconocer que hemos fallado, que hemos cometido un error. Siempre creemos que todo lo que hacemos es correcto, que constantemente tenemos la razón.
¡Qué equivocación tan grande!
Vivimos cometiendo faltas día a día hasta en las cosas más pequeñas, como es el tomar decisiones que podrían parecer intrascendentes, y en cosas de verdadera importancia, que muchas veces pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas.
QUEREMOS QUE ACTÚEN COMO NOSOTROS
Pongamos un ejemplo con lo inmediato: la familia. El marido, los hijos, suegra… resultan ser los «contrincantes» permanentes en cuanto al choque de ideas. Queremos que actúen como nosotros, que piensen como nosotros, hasta que coman como nosotros, sin tomar en cuenta las cualidades diversas que conforman a una persona de la que nos separan años y hasta generaciones -los suegros, los hijos- y hasta nuestro esposo o esposa que resultan ser coetáneos con nosotros.
PRESUPONEMOS LAS COSAS
La mayoría presuponemos que todo lo que pensamos -programas, proyectos, salidas, comidas…- el otro lo sabe. Pero en la mayoría de los casos no se lo hemos dicho, no ha existido una comunicación efectiva sobre la que yo pueda a rmar que captaron y entendieron lo que yo quería comunicar. Entonces cuando una persona actúa de manera distinta a la que esperábamos, se arma el pleito, vienen los reproches y hasta las enemistades.
DEBEMOS CUESTIONARNOS
Frente a esos malentendidos, lo primero que tenemos que hacer es cuestionarnos, llenar el mismo proceso de cuándo nos vamos a confesar. Un buen examen conciencia te dirá – si eres sincero- en qué momento estás siendo injusto; por qué no tenías derecho a reprochar lo que no habías advertido o enseñado; qué injusto eres cuando crees que las cosas deben hacerse unilateralmente tomando en cuenta sólo tu punto de vista.
INTERCAMBIAR CRITERIOS
Las mejores decisiones salen del intercambio de criterios, de escuchar lo que dice el otro, que probablemente tendrá una interpretación de las cosas distinta a la tuya, pero igualmente válida. Las mejores decisiones vienen de posiciones armónicas, inclusivas, abiertas a la escucha.
EL RECONOCIMIENTO
Un hilo muy no amarra nuestras actitudes y reacciones para reconocer que hemos cometido un error o no. En un extremo de ese hilo encontramos la soberbia, en el otro extremo, la palabra humildad. Pidamos al Señor que nos guíe por camino que nos convertirá en humildes. No es fácil conseguirlo, pero en su compañía, toda aspereza se transformará en suavidad, toda tristeza en alegría, toda oscuridad en luz… Y podremos mirarnos al espejo y decirnos frente a frente, tranquilamente, humildemente: sí, te has equivocado.