POR: ALEX RODRIGUEZ.
Para ser efectivos en nuestra dimensión apostólica debemos conocer el terreno donde estamos, la realidad del mundo que nos rodea, saber qué nos alegra y qué nos entristece. Propongo en este artículo tres formas de comportamiento que considero urgentes en estos tiempos:
1. PASAR DEL ESPÍRITU CRITICÓN A LA CONCIENCIA CRÍTICA Y AUTOCRÍTICA
Una primera y necesaria habilidad a desarrollar es el paso del espíritu criticón a la conciencia crítica y autocrítica. La formación integral debe potenciar el valor de la crítica.
La crítica es un valor esencialmente moderno y tiene un fundamento racional y se fundamenta en el conocimiento objetivo de las cosas. El espíritu criticón es emocionalmente tóxico y no articula racionalmente. Es la descali cación por la descali cación sin conocimiento de causa, sin exploración de los procesos, una forma de hacer que no baja al terreno de los hechos y se mueve en el ámbito de la super cialidad.
El espíritu criticón no conduce a ninguna parte. Es propio de una persona pasiva, que no se compromete y que se limita a identi car los errores y los fallos de los que asumen compromisos políticos, sociales, educativos y eclesiales.
Es urgente formar creyentes que sean capaces de articular juicios críticos fundamentales, lo que supone disponer de unas fuentes de información veraces, imparciales y dedignas. A la vez, hay que transitar hacia un espíritu autocrítico, no tan sólo capaz de forjar críticas para con los representantes de los poderes políticos, sociales, económicos, educativos y religiosos, sino también de criticar la propia dejadez, pasividad y malas prácticas.
2. PASAR DE LA ACTITUD VICTIMISTA A LA ACTITUD CONFIADA
La segunda habilidad exige superar la actitud victimista y transitar hacia una actitud capaz de tener con anza respecto a sí misma, a su poder y a su fuerza para cambiar la situación de hecho y avanzar progresivamente hacia una sociedad más justa, más fraterna y más libre.
El desencanto devora a nuestro país. También la fatiga moral hace estragos en medio del cuerpo social. Demasiado a menudo, se produce una caída en el sentimiento de impotencia que conduce a la parálisis social.
El compromiso, como creyentes presupone, siempre, una actitud de con anza, incluso de esperanza, que parta del supuesto de que las cosas pueden cambiar, de que la realidad no es estática, ni está fatalmente condenada a ser como es. La actitud victimista (el no hay nada que hacer) conduce a la reproducción mimética del mismo y al lloriqueo estéril que no hace cambiar nada.
Cada creyente debe discernir cómo y de qué forma debe desarrollar su compromiso con la sociedad, pero el compromiso es una exigencia, un deber que la situación actual requiere. Hay que recuperar la actitud con ada. La con anza es un valor básico en la vida social, no tan sólo para emprender cualquier proyecto, sino también para realizar las actividades cotidianas. Es un acto de fe. Consiste en creer en Dios, en uno mismo, en los demás, en las instituciones, en el futuro, en las posibilidades de salir adelante con éxito. La con anza no es una fe ciega ni un movimiento irracional. Es un acto inteligente y razonable que se basa en argumentos y en la experiencia. Nos amos de las personas que trabajan bien, que cumplen su palabra, que nos dan muestras de su competencia.
La falta de confianza hace que las personas estén asustadas y vivan con inseguridad, mientras que la con anza permite anticipar el futuro, hace posible afrontar lo que es incierto y reducir el campo de las posibilidades. Esto minimiza la incertidumbre en el comportamiento de las otras personas. La con anza simpli ca el mundo, la vida cotidiana, familiar, laboral y eclesial reduce el campo de complejidad de lo desconocido.
Para mejorar la con anza, es necesario que las operaciones sean transparentes. Nos fiamos de las personas transparentes, que dicen lo que piensan y no se esconden las opiniones por difíciles que sean de expresar.
También es digna de con anza una persona que es capaz de reconocer sus errores y recti car cuando sea necesario. Para generar con anza, hay que mostrar constantemente la competencia en lo que se está haciendo. La competencia no es la competitividad, porque el principal objetivo de una persona competente no es luchar contra los demás, sino ser lo más excelente posible, hacer las cosas lo mejor que pueda. Una persona comprometida con la calidad y la excelencia genera con anza en su entorno.
3. Pasar de ser espectador pasivo a creyente activo
Existen personas que se comprometen en todo tipo de causas nobles para mejorar la calidad de vida de sus semejantes. Con todo, abunda el espectador pasivo que se limita a producir, consumir, a entretenerse en los pocos espacios de tiempo libre que tiene y, sobre todo, a criticar a los que se comprometen para mejorar la calidad de vida de los miembros de la comunidad.
El miedo a fracasar, la pereza moral o la desidia son las causas de esta pasividad que nos anula. La persona activa es la que aporta el propio talento, los propios dones y tiempo personal para mejorar algún aspecto de la vida pública, alguna dimensión del conjunto de la sociedad.
Estoy seguro que con la ayuda de Dios y con una actitud más crítica, confiada y activa podemos lograr la transformación de la sociedad en la que vivimos. Es importante recordar lo que invita el documento de aparecida cuando nos habla de la mirada a la realidad que nos rodea: En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios (Cf. 1 Co 1, 30), la cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad, desde donde se puede mirar la realidad en el conjunto de todos sus factores, discerniéndolos a la luz del Evangelio y dando a cada uno su sitio y su dimensión adecuada.