CATEQUESIS VIVA

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Por: Ezequiela Ortiz

Hermanos, con gran alegría comparto este breve extracto de la Exhortación Apostólica: Catechesi Tradendae, de su Santidad San Juan Pablo II, sobre la catequesis en nuestro tiempo escrita en 1979, en ocasión de celebrar en nuestro país el día del catequista en este mes de noviembre. Esta exhortación fue suscitada por el Espíritu Santo en los antecesores del papa San Juan Pablo II, el hoy también Santo Papa Pablo VI quien sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos modernos— con su vida entera. De igual manera el papa Juan Pablo I, cuyo celo y cualidades de catequista tanto asombro nos ha causado – refiere el Papa en la exhortación.

Espero motivar con este escrito, la lectura y vivencia de referido documento que a pesar del tiempo es tan actual y necesario para nuestra Iglesia que hoy necesita una catequesis viva. Les comparto:

La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado. Él les confiaba de este

modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida. Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión.

El objeto esencial y primordial de la catequesis es, empleando una expresión muy familiar a San Pablo y a la teología contemporánea, «el Misterio de Cristo». Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: «Iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio… comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». Se trata por lo tanto de descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en Él. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su Misterio. En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.

En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado». Es lo que hace san Pablo al tratar una cuestión de primordial importancia: «Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido».

Solamente en íntima comunión con Él (con Cristo), los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.

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