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Una de las características de la iglesia es la del servicio. La Iglesia de Cristo, su familia, está en el mundo para servir al mundo. No es el mundo para la Iglesia, sino la Iglesia para el mundo, entendida esta a rmación como servicio. Pero, servir al mundo para qué o en qué sentido. Pues este servicio de la Iglesia al mundo se debe de entender en sentido de que es la Iglesia la que debe de guiar al mundo hacia Dios: la Iglesia, que es portadora de la luz de Cristo, debe de llevar al mundo esa luz para que éste sea iluminado: «ustedes son la luz del mundo», dijo Cristo.
El mismo Cristo se encargó de ir enseñando a sus discípulos la importancia y necesidad de esta actitud. Pero hay que distinguir también entre servilismo y servicio. La Iglesia y, en ella, los cristianos, debemos de ser servidores, pero no servilistas. Esto no fue lo que hizo ni enseñó Jesucristo. El pasaje evangélico paradigmático de esta enseñanza lo encontramos cuando Jesús está acompañado del grupo de los Doce en la última cena que, después de lavarles los pies a todos, les dijo: «Ustedes me dicen Maestro y Señor, y dicen bien porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y Señor, les he dado ejemplo de servicio, es para que ustedes hagan lo mismo». Pero también hay otro pasaje evangélico interesante al respecto en el que leemos: «Quien quiera ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos». Entonces, la Iglesia y los cristianos servimos al mundo de acuerdo a la voluntad de Cristo; estamos en el mundo como el que sirve, no como al que lo sirven.
La Iglesia entonces es una comunidad de servicio y de servidores. Pero esta peculiaridad eclesial y cristiana, no ha sido muy entendida ni asimilada por todos los cristianos. Hay muchos cristianos que creen que su presencia y compromiso en la Iglesia se concreta nada más a ir a la misa o al culto el domingo o sábado y no más. Hay un dicho popular que dice que no todos servimos para todo, pero sí todos servimos para algo. Pues es deber de cada cristiano saber, descubrir y discernir qué es ese algo que yo puedo y debo de hacer en la Iglesia. En la Iglesia misma, a su interior, también debemos de servir. Si todos los cristianos asumiéramos con conciencia y compromiso esta actitud, pues muchas cosas en la Iglesia y el mundo se harían. Son muchos los cristianos que no quieren asumir el servicio en la comunidad eclesial y esto conlleva el que muchas cosas dentro y fuera de ella no se hagan.
Son muchos los cristianos que no quieren asumir el servicio en la comunidad eclesial y esto conlleva el que muchas cosas dentro y fuera de ella no se hagan.
Pero es que también otra de las actitudes que impiden que muchos cristianos no sirvan en la comunidad, es su falta de generosidad. A veces se da la impresión de que si alguno hace algo en la Iglesia, lo hace quizá pensando en que le está haciendo un favor a Dios, o como si fuera una dádiva, y esto es falso. Sabemos que Dios no necesita de nuestros favores, sino que somos nosotros más bien los que necesitamos de los favores de Dios; otra actitud muy común en muchos cristianos es que dicen que el servicio en la Iglesia no es remunerado; también se escucha decir que los que sirven en la Iglesia no tienen más que hacer, etc. Pero es que Cristo nunca llamó a vagos a que le siguieran. El grupo de los Doce eran todos hombres de trabajo y a cada uno los llamó desde sus trabajos. Tiene mucho sentido entonces el dicho popular «el que no vive para servir, no sirve para vivir»; y tenemos tantos testimonios de hombres y mujeres que pasaron por este mundo sirviendo a los demás; pasaron por este mundo haciendo el bien, a ejemplo de Jesucristo.
Ahora, es verdad, y no podemos evitarlo, que este servicio nos trae y provoca muchas desavenencias, di cultades, pruebas, incomprensiones, críticas, señalamientos, etc.; son cosas que no podemos evitar. Pero el Señor también nos dice que por eso es que tenemos que prepararnos, que mantengamos un corazón rme, que seamos valientes y que no nos asustemos; que nos adhiramos a Él y seremos bendecidos. Y es que el servidor es una persona que está siempre a la vista de los demás y por eso lo que él haga va a estar sometido a la opinión de los otros. Pero es que esto es normal que suceda, y no podemos jamás dejarnos in uenciar por estos comentarios que, muchas veces son dañinos y mal intencionados; porque es que nosotros estamos sirviendo a Dios y a la Iglesia, y es el Señor el que tiene que importarnos; no se trata de hacer las cosas para que nos vean, sino para glori car a Dios y que Él sea el que nos de la recompensa debida; no se trata de ir repicando la campana para llamar la atención: «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha». El servicio tiene que ser impulsado siempre por el amor, y amor cristiano: san Pablo, en el su famoso himno al amor dice que el amor es servicial; y la madre Teresa de Calcuta dijo que hay que amar hasta dónde nos duela; y servir duele.
Pongamos en práctica siempre esta característica de todo buen discípulo de Cristo. Seamos sus servidores, siempre y en todo momento. Sirvamos a su Iglesia, a la cual pertenecemos por el bautismo que hemos recibido. Seamos así también servidores de Cristo en el mundo, pero sin dejarnos esclavizar por el mundo, porque Cristo nos ha liberado. Al servir al mundo conduzcámoslo por el camino que hacia Cristo lleva para que entremos por la puerta que nos da acceso al Padre celestial.