Publicado: Martes, 03 Junio 2014.
Por R.P. Robert Brisman
El poeta alemán Reinhold Schneider escribe a propósito de su explicación del Padre Nuestro: “El Padre Nuestro comienza con un gran consuelo; podemos decir Padre. En una sola palabra como esta se contiene toda la historia de la redención. Podemos decir Padre porque el Hijo es nuestro hermano y nos ha revelado al Padre; porque gracias a Cristo hemos vuelto a ser hijos de Dios”. Es a través de la praxis de Jesús como podemos intuir su relación con Dios.
Jesús sale al encuentro del entorno que le envuelve con todo su sentido como todo ser humano. La creación entera se vuelve elocuente cuando es contemplado como algo, que simple naturaleza; es algo que nos lleva a creer en algo o alguien trascendente. Hay un desarrollo de la conciencia psicológica de Jesús, es decir, Jesús crece como todo ser humano normal. Jesús vive un ámbito interior de la intimidad con Dios que le hace hablar.
Jesús tiene conocimiento de Dios en relación de su misión: misión que consiste en ser un siervo revelador del Padre. Jesús se relaciona con el Padre-Dios como creatura; por eso su necesidad de comunicarse a través de la oración con el Padre. La experiencia de creatura las percibe Jesús y por eso ora al Padre. A través de ella -la oración-, percibe la fuerza y el amor de Dios. Así puede interpretar y reaccionar a la voluntad de Dios. La autoridad Jesús la adquiere precisamente de este conocimiento que tiene de Dios. Por eso no duda en entrar en comunicación, contacto con los pecadores y transmitirles el amor de Dios a ellos. A medida que se adentra más en su pueblo, se relaciona más íntimamente con Dios, y un Dios de su pueblo, el Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto.
En Lc 11,13 leemos: “… ¿Cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?” Según esto, para Lucas el gran don de Dios para nosotros es su misma persona. Esta es la “cosa buena” de que san Mateo habla en su evangelio cuando hace referencia a esto mismo que nos dice san Lucas. Es Dios mismo que se nos quiere dar. Es lo único necesario. Así, la oración es un camino para purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo que necesitamos de verdad: a Dios y a su Espíritu.
Pero también decimos “nuestro”. Jesús no dijo “Padre mío”, sino “nuestro”. Cierto es que él es el único que tiene todo el derecho a decir “Padre Mío”, porque solo él es el Hijo único de Dios, de la misma naturaleza que el Padre. Jesús es el Hijo de Dios, y nosotros hemos sido hechos hijos de Dios en su Hijo. Somos hijos de Dios por adopción; hemos sido hechos coherederos de Dios en el Heredero de Dios. Por esto, todos nosotros tenemos que decir “Padre nuestro”. Sólo en el “nosotros” de los discípulos podemos llamar “Padre” a Dios, pues sólo en la comunión con Cristo Jesús, nos convertimos verdaderamente en hijos de Dios (Benedicto XVI). Este “nosotros” nos exige entrar en la comunidad de los hijos de Dios; nos exige abandonar lo propio para entrar en lo comunitario; nos exige aceptar al otro, abrirles nuestros oídos, nuestros brazos, nuestro corazón. El Padre Nuestro es una oración muy personal y al mismo tiempo plenamente eclesial. A partir de este “nuestro”, podemos entender entonces la siguiente frase: “que estás en el cielo…” Todos procedemos de un mismo y único Padre. No es un Padre lejano, sino cercano.
Hay que decir a todo esto que, Jesús, como todo ser humano vive momentos de claridad y momentos de oscuridad en esta experiencia de Dios. Esa conciencia de su filiación divina, Jesús la expresa con la palabra “Abba”: palabra utilizada por los niños para referirse a su padre terreno, pero nunca la utilizaban para referirse a Dios.
Por último hay que decir que en las Sagradas Escrituras hay textos que comparan a Dios a una “madre” (Is 49,15; 66,13). Hay que tener en cuenta sin embargo que, a pesar de esta comparación, ni en el AT ni en el NT, el pueblo se dirige a Dios como madre. En la Biblia, “madre” es una imagen, pero no un título de Dios. Claro que Dios no es hombre ni mujer. El mismo Jesús nunca se dirigió a Dios como “madre”, sino como “Padre”.
En conclusión, tenemos que rezar y dirigirnos a Dios como Jesús nos enseñó a orar, sobre la base de las Sagradas Escrituras, no como a nosotros se nos ocurra o nos guste. Solo así oramos de modo correcto.
Bendiciones