El maravilloso don de ser maestro

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Publicado: Martes, 03 Junio 2014; Escrito por  er.

Jeannette Miller

Desde muy pequeña me sentí atraída por impartir clases. Al igual que la literatura, me gustaba la docencia, hasta que encontré la manera de unir ambas vocaciones  y cuando entré a la Universidad me inscribí en la carrera de Letras (Pura) eligiendo las materias selectivas de didáctica.

Quería ser profesora de Letras; y Dios, que me había regalado el amor por la docencia permitió que esa fuera mi carrera, mi forma de vida…

Recuerdo cuando impartí clases de verano a muchachos de primer curso, en el Orfanato Santo Domingo Savio de los sacerdotes salesianos. Me había llevado el padre Bartolomé Vegh, y puedo asegurar que esa primera experiencia me marcó la vida.

En el primer curso había chicos de distintas edades y los mayores, se comían las meriendas de los más pequeños, les quitaban los lápices, les jalaban los moños… y en recreo se armaban unos pleitos de “apaga y vámonos”.

Para conseguir que la clase me escuchara, comencé a subir la voz, “cualidad” que todavía exhibo en la vida diaria y sobre la cual mis familiares y amigos me llaman la atención.

Un día le dieron una pedrada a un niño de unos siete años y cuando le vi la herida abierta y botando sangre, sólo el amor de Dios me dio fortaleza para llevarlo a la enfermería. Allí vi cuando le dieron varios puntos y le inyectaron una anti tetánica; pero lo que más me conmovió fue su cara de indefensión  y de conformidad ante lo que le estaba sucediendo.

Desde ese día fui maestra; de primaria, de bachillerato, de escuelas comerciales, de escuelas de arte, de universidades… y nunca me he sentido obligada ni aburrida cuando imparto una clase

Después de toda una vida enriquecida por la docencia, me atrevo a afirmar que el aula es como una extensión del templo y del hogar. No sólo debemos ocuparnos por las materias que impartimos, sino comunicar a los alumnos los valores humanos y cristianos que sustentamos, aportándoles una formación integral preventiva, que les servirá de advertencia el día que enfrenten problemas y tentaciones.

Algo muy importante es escucharlos, siempre he dicho que he aprendido más de mis alumnos que de los libros, y esta simple actitud te los ganará, pues estás demostrando que ellos te importan.

Yendo de nuevo hacia atrás, recuerdo que, siendo adolescente, cuando mi familia me preguntó qué quería ser cuando fuera grande, respondí:

-Profesora y escritora.- ¿Profesora y escritora? Pero te vas a morir de hambre. A lo que yo respondí –Quizás, pero muero feliz.

Después de casi cincuenta años de docencia, continúo viva y con ganas de seguir dando clases; pues esa sensación de deber cumplido, esa felicidad de haber podido dar algo de ti a los demás; esa plenitud de haber recibido también de los alumnos, gratifica de manera instantánea tu trabajo, y esto sólo puede ser calificado como un regalo de Dios, como un don que se convierte en vocación y nos permite servir y amar a los demás, como nuestro Maestro, Jesucristo, lo hace constantemente con nosotros.

Nota: Aclaro, que uso el término maestro como sinónimo de profesor, porque maestro es sólo Dios.

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