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¿QUIÉNES SON LOS INSENSATOS QUE SE OCULTAN DE DIOS?
«Hijos de hombres ¿hasta cuándo serán insensatos? ¿Por qué aman la vanidad y buscan lo que es mentira?» (Slm 4,3); «El insensato dice en su corazón: No hay Dios. Se han pervertido; su conducta es abominable; ni uno solo obra bien» (Slm 53,2).
Sabemos que el hombre tiene un deseo de infinito que, en otras palabras, sería parecido si dijéramos que tiene un profundo deseo de felicidad. El hombre se afana por ser
feliz; todo lo que hace y realiza es con ese fin: la profesión u oficio, la familia, bienes materiales, etc. Sabe que por más que se afane, en este mundo no alcanzará la felicidad plena, porque su plenitud está precisamente en su Hacedor, su Creador. Dios es el único que colma nuestra sed de infinito, de felicidad: «Ven con nosotros y te trataremos bien, porque el Señor ha prometido bienes, felicidad a Israel» (Nm 10,29). En Dios no hay felicidad. ¡Dios es la felicidad! Por eso toda nuestra vida tiende hacia Él: «Nos hiciste Señor para ti, y nuestra alma está inquieta hasta que descanse en ti» (san Agustín). Por esto mismo ya Jesús nos había advertido de no dar nuestro corazón a las cosas, a las riquezas, a lo material; sino darlo, ponerlo en Dios, porque, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma? Y la realidad es que muchas personas, incluidas también muchos cristianos, han puesto su corazón en su dios mundano y se han resistido a entregarlo al Dios verdadero, al Dios de la vida, al Dios de la felicidad. Son esos hombres y mujeres que se han vuelto necios e insensatos porque viven escondiéndose de Dios, huyen de su presencia; son los nuevos «caines» que matan a sus hermanos, y huyen para esconderse del Dios Omnipotente y Omnisciente. Esta felicidad se nos ha sido comunicada y revelada en el Hijo de Dios, que vendrá al final de los tiempos para llevar a sus discípulos a las moradas eternas preparadas para ellos desde el principio del mundo.
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