POR: ÁNGEL GOMERA
El ser humano, por ser un ente social, está llamado a vivir en sociedad. El relacionarse con lo demás es fundamental para la vida misma, su interacción es parte esencial para su bienestar, salud y desarrollo, ya que aislarse constituye una afrenta a su propia existencia. De ahí es, pues, que estamos llamados a convivir para vivir mejor, alimentándonos cada día con dosis de buen trato y humanidad y sobre todo reconociendo que somos diferentes y que nos necesitamos los unos a los otros.
El ser diferentes no significa que debemos vivir en la paranoia de un competir salvaje o un lastimarnos hasta destruirnos, por el contrario, nos debe motivar a afrontar juntos, constructivamente, esos desafíos y peligros que a diario debemos rebasar, propiciando un cambio de actitud en nosotros, que evite el asumir comportamientos que sean una amenaza seria y corrosiva a la convivencia. Y es que el ser humano en este peregrinar terrestre, fruto del tener que convivir recíprocamente, se verá siempre expuesto a di cultades, penurias e incordios, que atará su existencia al mundo complejo de los conflictos.
Los conflictos son parte de la vida misma de la persona y hasta nos atrevemos a decir, que le dan sentido a la vida. Pero tendrá sentido, si la persona en ese relacionarse y actuar, a pesar de su resistencia y antagonismo con el otro, asume como respuesta el construir un estilo de vida que le aleje de la cultura de la violencia, tan promovida en nuestros contextos, buscando como aliada estratégica la herramienta del diálogo, lo que facilita encontrar aquellos puntos o elementos convergentes dentro del vendaval de las contradicciones y divergencias.
Es que la violencia siempre será una respuesta equivocada e inoportuna, pero que lamentablemente en estos tiempos está siendo muy utilizada en los diferentes ambientes en donde nos desenvolvemos, sin medir las consecuencias y los estragos que está causando en el tejido social.
En nuestro país observamos con mucho pesar que en un condominio de clase media- alta, por un parqueo se pierde una vida; que por un percance en el tránsito, por leve que sea, se agrede físicamente y sin vacilación, sin mediar palabras a la otra persona; que en las calles nadie quiere ceder el paso, porque al parecer la prisa es más importante que el valor del respeto y la dignidad humana. También vemos con preocupación, ciertos debates en los medios, que utilizando un lenguaje rancio y agresivo, te arrastran si te descuidas a posturas agrias y malhumoradas; de igual manera contemplamos que el interactuar en un residencial o vecindad está opacado por el desconocerse y la frivolidad, que hasta muchas veces resulta más fácil realizar un viaje al planeta Marte, que el ir y visitar el vecino que está al lado, y todo esto por no socializar.
En ese mismo orden vemos con gran inquietud a individuos que salen a recrearse a lugares de diversión con la ropa puesta del pleito y la discordia, en lugar de centrarse en el disfrute y el compartir; familias que lejos de educar para el diálogo, se han convertido en aulas del mal vivir, enseñando a gritar en todo, a lastimarse sin consideración con palabras cargadas de todo color y hasta pegarse sin límites, ni medir resultados colaterales; matrimonios que por no comunicarse de manera asertiva y eficaz, pre rieren que el cáncer del divorcio hiciera metástasis en su unión de amor; ciudadanos que ante situaciones menores y sin complicaciones, pre eren un litigio tedioso y costoso que un buen diálogo reparador; individuos que vierten todo cuanto le ocurre en las redes sociales, porque creen que en ese mundo cibernético desconocido están sus verdaderos amigos.
De todo lo expuesto anteriormente, hemos llegado a la conclusión de que «es tiempo de dialogar», ya que es vital para la convivencia humana, pues no hay otro modo de articular proyectos comunes y de sumar las ideas, aportes, experiencias y conocimientos de todos, sino es por el diálogo. El mismo es tan enriquecedor, ya que da cabida a derrumbar muros y hacer posible la reconciliación. Sin el diálogo y la comunicación, como dice el escritor Carlos Fuentes, «no hay desarrollo y futuro, nos aniquilamos y perecemos; donde no hay comunicación y diálogo, uno se atro a, al carecer del aire fresco para respirar (para vivir), y termina uno corrompiéndose, en todos los sentidos».
TODOS QUEREMOS CONVIVIR EN PAZ Y EN ARMONÍA, ES UN ANHELO, PERO SIENTO QUE ESTAMOS DEDICANDO MÁS ENERGÍAS Y TIEMPO EN RECLAMAR O EXIGIR DERECHOS, LO CUAL NO ES MALO; SIEMPRE Y CUANDO PONGAMOS EL MISMO INTERÉS EN ASUMIR NUESTROS DEBERES. GANDHI, LO EXPLICA CLARAMENTE DICIENDO: «SI VIENES A RECLAMAR TUS DERECHOS, CONOCE PRIMERO TUS DEBERES. LA VERDADERA FUENTE DE LOS DERECHOS ES EL DEBER. SI TODOS CUMPLIMOS NUESTROS DEBERES NO HABRÁ QUE BUSCAR LEJOS LOS DERECHOS. SI, DESCUIDANDO NUESTROS DEBERES, CORREMOS TRAS NUESTROS DERECHOS, ESTOS SE NOS ESCAPARÁN COMO UN FUEGO FATUO. CUANTO MÁS LO PERSIGAMOS MÁS SE ALEJARÁN».
Vivir en un mundo carcomido por el odio, el egoísmo, la intolerancia, el resentimiento y las divisiones, no es la meta a perseguir, es lo que debemos detener; de ahí es que el deber llama, a que con nuestras actitudes oxigenemos con aires de sosiego y unidad nuestra sociedad.
El diálogo es un gran puri cador de cualquier ambiente, podrá resultar difícil efectuarlo, si se realiza en una atmosfera cargada de heridas o recelos, no obstante siempre será una excelente oportunidad para abrir pasos hacia el camino del perdón y la edi cación mutua. Por eso debemos aprender a dialogar, respetando las opiniones ajenas, no imponiendo las nuestras, ni querer avasallar, ya que lo que se trata es que a través del intercambio de impresiones positivas en un ambiente cálido y agradable, traiga consigo conclusiones útiles, que nos ayude a crecer personalmente, sin vencidos ni vencedores, sino un ganar – ganar en ambas direcciones.