Publicado: Jueves, 03 Julio 2014; Escrito por Nathalie Romero de Grau.
“Amar a Dios sobre todas las cosas” reza el primer mandamiento. Eso significa que debemos amarle y honrarle sobre todo lo que existe y con todo nuestro ser, incluyendo eso todos los músculos de nuestro cuerpo, hasta el más pequeño: la lengua.
Cuando tuvimos nuestro encuentro con Cristo, El nos regaló un corazón nuevo. Si es así, todo lo que sale de nosotros debe y tiene que ser para honrar a Dios; como hombres y mujeres nuevos que somos, pero muchas veces nos olvidamos de eso y con nuestras palabras hacemos de todo menos dar Gloria a Dios: Hablamos de los demás, decimos palabras perjudiciales, ofendemos, calumniamos, entre muchas otras cosas.
Cada día se nos da la oportunidad de hacer alguna diferencia en la vida de alguien y ¿saben que? cada vez que abrimos nuestra boca para hablar, enviamos palabras que tienen un efecto sobre los que nos escuchan. Nuestras palabras, que vienen “de la abundancia del corazón” (Mateo 12:34), harán un impacto positivo o negativo –rara vez son neutras. Ya nos advierte San Pablo en la carta a los Efesios:
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” (Efesios 4:29)
Sigue diciendo el apóstol: “No entristezcan al Espíritu santo de Dios; éste es el sello con el que ustedes fueron marcados y por el que serán reconocidos en el día de la salvación. Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad”.
Entonces, conociendo el poder de nuestras palabras debemos usarlas con mucha cautela.
Cada vez que hablamos, tenemos la tremenda oportunidad de animar a nuestros hermanos. Con solo unos momentos de nuestro tiempo y muy poco esfuerzo podemos iluminar el día de alguien, ayudarles a aligerar sus cargas y posiblemente acercarlos a Dios. Y no tan solo oralmente, la palabra es infinitamente versátil, a través de un Tweet, un mensajito de Whats App, por correo, una nota…de tantas maneras. Es una oportunidad no debemos tomar a la ligera; “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36)