Por: +MONS. AMANCIO ESCAPA, OCD
Obispo Auxiliar de Santo Domingo Asesor del MCC
El tema de la misericordia está en el corazón del papa. Al anunciar un Jubileo sobre el tema expresó el papa que había pensado mucho en «cómo la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia».
El testigo es el que manifiesta y cifra su testimonio en «lo que ha visto y oído». Por eso, dice el papa, que el primer paso «comienza con una conversión espiritual». Esta conversión tiene dos dimensiones:
«Ad intra»: Mirada introspectiva hacia adentro de nosotros mismos, reconociendo que somos los primeros en sentir la experiencia de ser perdonados, purificados de toda mancha que oscurezca, de alguna manera, el plan de Dios.
No puede ser misericordioso quien no ha experimentado primero en él la misericordia. La segunda dimensión es «Ad extra»: La manifestación práctica que la riqueza experiencial ha dejado en el creyente, volviéndose hacia el que necesita la cercanía de un gesto práctico revelador del sentimiento ante la necesidad del otro.
Dice el papa: «El propósito principal de este año es que toda la Iglesia pueda encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y mujer de nuestro tiempo».
«Redescubrir y hacer fecunda». Son dos actitudes que se complementan.
Si alguna vez lo hemos experimentado es conveniente volver a sentir la misma experiencia de que alguien se compadezca de nosotros. Todos necesitamos de la ayuda de los demás. Recordar, por ejemplo, momentos angustiosos en los que una persona se ha acercado a nosotros y hemos contemplado «su rostro» de compasión. Es decir, que se acerca y quiere compartir nuestra angustia, necesidad o situación difícil por la que estamos atravesando. Como alguien ha dicho «recordar es vivir».
Descubrir o redescubrir esta faceta hecha realidad en nuestra propia existencia nos hace mirar hacia afuera, hacia el otro con quien nosotros podemos «hacer fecunda» nuestra propia experiencia, agachándonos, si es preciso, y elevando a la dignidad que le corresponde al marginado, menesteroso o angustiado por las circunstancias de la vida y la sociedad en que vivimos. Resume todo esto el papa en una sola palabra, que aunque no exista en el diccionario, expresa todo el contenido que tratamos de exponer: «MISERICORDIAR». Sentir la mano de Dios que «es fuente de alegría, de serenidad y de paz» y ser al mismo tiempo trasmisores para los demás «testigos y testimonio vivo» de la experiencia vivida, que nos mueve a ser «misericordiosos como el Padre», curando las heridas y llagas de la humanidad de hoy.
San Agustín lo expresa de esta manera. Distingue el santo entre la misericordia estéril y la misericordia fecunda y auténtica.
La misericordia estéril es la que se queda sólo en el dolor que se experimenta en el corazón ante el dolor ajeno y que nos puede llevar a derramar lágrimas, pero que no nos mueve a nada concreto.
Por otro lado la misericordia fecunda y auténtica es aquella que frente a las necesidades y sufrimientos ajenos, no sólo los siente como propios, conmoviéndose profundamente, sino que se compromete a hacer algo para intentar remediar dichas carencias.
Esto último reflejaría el contenido de la misericordia en la mente del papa. No quedarse solo en el sentimiento de contemplar al dolor caído en medio del camino, sino llevar a un gesto concreto de acercamiento al herido, Al angustiado, al triste, al marginado, al que sufre física o espiritualmente.
Es la conclusión drástica, por otra parte, de la parábola del evangelio: «Vete y haz tu lo mismo».