LES DIJO: ¡COBARDES! ¡HOMBRES DE POCA FE!

Screen-Shot-2018-11-28-at-11.42.16-AM.png
Comparte estas informaciones:

Descarga Revista aqui

En el evangelio de Mateo en el capítulo 8,23-27, se nos presenta, si se quiere, una escena evangélica muy simpática.

Se nos narra que Jesús sube a la barca junto a los discípulos y como toda ser humano, se hecha a dormir
porque está cansado, agotado. Esto es muy importante tenerlo en cuenta ya que se nos presenta a Jesús en una actitud muy humana, recordemos que las mismas Sagradas Escrituras nos dicen de Jesús que en todo se asemejó a nosotros, menos en el pecado. Jesús fue tan humano como cualquiera de nosotros, simples mortales; al igual que nosotros, también siente el cansancio de toda una jornada de trabajo, y es lógico que, agotado, quiera descansar. Además, no es el único pasaje del evangelio en el que se nos muestra a Jesús asumiendo esta actitud. Es como si se nos quisiera hacer ver una intención muy a propósito de Jesús.

En este pasaje evangélico, tenemos por un lado a los discípulos, hombres diestros en las cosas del mar, ya que ellos se dedicaban al oficio de la pesca. Este pasaje evangélico es a lo mejor paradigmático, ya que estos hombres no solo debieron experimentar estas situaciones en el mar una sola vez; de seguro las vivieron muchas veces; pero ahora tienen la particularidad de que está presente el Señor. Estos hombres, adentrados en el mar, sienten los embates de los fuertes vientos y el fuerte oleaje que golpean la barca sintiendo la sensación de que la misma quisiera hundirse. Y esto es lo que le dicen a su Maestro: Señor, ¡sálvanos, que nos hundimos! Por el otro lado está precisamente Jesús, agotado por el cansancio, está sumido en un profundo sueño ya que estos embates contra la barca no lo despertaban; fueron sus discípulos que lo despertaron.
Los discípulos están asustados, temerosos, no saben qué hacer para poder seguir adelante en su travesía. Es entonces cuando van con el Maestro, lo despiertan y le gritan que haga algo. En lo personal así también es nuestra vida. Cuántas veces no hemos tenido que enfrentar en nuestro caminar esos fuertes vientos y tempestades de nuestros dolores, sufrimientos, pruebas, tentaciones, problemas, etc., que zarandean y golpean nuestra vida fuertemente y nosotros llenos de miedo no sabemos qué hacer y nos desesperamos; miramos para todos lados y no vemos salida, no vemos la luz al final del túnel. En medio de la desesperación le gritamos a Dios que nos ayude, que nos salve porque nos hundimos, nuestra vida sentimos que se nos va, la perdemos, perdemos la batalla. Pero el Señor, al igual que a los discípulos nos dice «gente de poca fe». Fijémonos que el Señor no les reclama a los discípulos que no sientan miedo; de hecho, el mismo Jesús experimentó el miedo. Lo que les reclama es que se dejen dominar por el miedo, porque los inmoviliza, los frisa, no los deja avanzar ni en la vida ni en la fe ni en la vida espiritual. Que aprendamos más bien a confiar, porque no estamos ni caminamos solos en la vida. Él lo prometió que estaría con nosotros siempre; pero tenemos que creerlo y dejar que se acerque y nosotros acercarnos.

En cuanto a lo eclesial, la imagen de la barca es imagen de la Iglesia; el mar es imagen del mundo donde hay toda clase de peces. La barca hay uno que lleva el timón, pero otro es el capitán, y el timonero lleva la barca por donde le manda el capitán; no por donde el timonero le da la gana de llevarla. Hay otros que van en la barca haciendo otras labores, necesarias todas. Así va la Iglesia: Pedro es el timonero, y sus sucesores, los papas; pero Jesús es el capitán y es el que dice al timonero por donde guiar la Iglesia. Los discípulos, a pesar del miedo que experimentaron, no se lanzaron al mar porque lo cierto es que, a pesar de los fuertes vientos y embates del mar, están a salvo en la barca. Pues en la Iglesia, la gran familia de Cristo, nos pasa igual: a pesar de los embates contra ella, de las persecuciones, si permanecemos en ella estaremos seguros; llegaremos a puerto seguro, estamos a salvo; porque Jesús prometió que a su Iglesia nada ni nadie la podrá destruir. No se trata de lanzarnos al mar, abandonar la Iglesia a pesar de los problemas que encontremos en ella. En el mar, fuera de la Iglesia estamos a merced del maligno y de sus embates y fácilmente morimos, nos ahogamos.

En nuestra vida y en la misma Iglesia encontraremos estas situaciones. Cristo dijo que tuviéramos ánimo ya que Él ha vencido al mundo, al pecado y la muerte, y ese mismo sería nuestro triunfo si permanecemos fieles a Él y a sus enseñanzas. Pidamos a Jesús siempre que nos dé fortaleza para permanecer en sus caminos, porque es el que nos conduce al Padre y por el cual tenemos acceso al Él.

Descarga Revista aqui

Comparte estas informaciones:

Share this post

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

scroll to top