HOMO HOMINI LUPUS

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Por: Padre Luis Rosario

¿De quién es esa expresión latina que encabeza este artículo? La acuñó un comediógrafo llamado Plauto, que vivió hace algo más de dos siglos antes de nuestra era cristiana: «El hombre es lobo para el hombre». La expresión fue popularizada en el siglo dieciocho por el filósofo inglés Thomas Hobbes.

Respondiendo a esa, aparentemente atrevida, expresión de Plauto, el lósofo y orador Sénecsa, hispanorromano del siglo primero, dijo: «El hombre es algo sagrado para el hombre».

De eso se trata en la vida: de no ver a los demás como una víctima a devorar, sino como un terreno sagrado al cual hay que acercarse con absoluto respeto.

El cuadro mundial nos mani esta un espectáculo desolador, en el que lobos rapaces enfocan a los demás como víctimas a devorar. Parecería que son menos quienes miran a los otros como terreno sagrado que merece respeto incondicional.

Lo peor del caso es que los lobos utilizan estrategias cada vez más so sticadas y se presentan con piel de oveja, seduciendo, engañando, corrompiendo para lograr sus mezquinos intereses.

Sería muy penoso y triste si hiciésemos el papel de lobos rapaces en nuestra corta vida. Así lo hacemos cuando engendramos violencia, calumniamos, utilizamos armas para matar, justi camos las guerras, robamos, abusamos del poder y tantas otras expresiones de maldad.

Es claro que tampoco podemos permitir que nos conviertan en víctimas. Hay que rebelarse en forma no violenta, protestar, gritar exigir los verdaderos derechos y ponerles el freno a los lobos que hacen del abuso la norma de su propia conducta. El lobo necesita víctimas, resistamos a serlo.

Superando esas situaciones de maldad, el objetivo a lograr es tratar a los demás con absoluto respeto, viendo en cada ser humano el rostro sagrado del Creador.

A cada uno le nace un lobito en su interior. Hay que resistirse a alimentarlo con actitudes y acciones salvajes. Si nos descuidamos, ese lobo puede ir creciendo, haciéndose fuerte e incontrolable, hasta convertirse en monstruo.

Los lobos andan sueltos y hay que cuidarse. Más todavía hay que lograr que los lobos se conviertan en mansos corderos. Esto se logra con amor. El único camino es el amor.

En cierto sentido debería dársele razón a Jean-Jacques Rousseau cuando, en su novela Emilio, a rma que el ser humano es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que lo pervierte.

Descubrir y cultivar esa bondad originaria es la tarea de todos, especialmente de padres y madres, educadores y del mismo Estado organizado que debe ser como un buen padre o madre de familia y no asociarse a causas que no sean nobles y justas.

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