Por: +MONS. AMANCIO ESCAPA, OCD
Obispo Auxiliar de Santo Domingo Asesor del MCC
Oí hace tiempo una frase que me impactó y al mismo tiempo me llevó a la reflexión. Alguien dijo: «El amor del hombre a Dios es siempre una respuesta».
La razón de la frase se argumentaba con estas palabras del apóstol Juan: «Porque Dios nos amó primero».
Dios siempre toma la iniciativa. Se adelanta a nuestros planes e inspira nuestras decisiones, respetando siempre nuestra libertad. En el transcurso del año hemos venido experimentado la misericordia de Dios, hemos reflexionado las diferentes dimensiones de este atributo divino, hemos contemplado su ternura en Jesucristo «rostro misericordioso del Padre».
Celebraciones, peregrinaciones, escucha de la palabra de Dios, re exiones sobre diferentes tópicos relacionados con el tema del Jubileo, han sido una constante a la largo de todo el año.En la re exión anterior de Sintonía con la Iglesia hablábamos de una doble mirada: «ad extra y ad intra».
Mirada «ad extra», (hacia fuera) cuando la mirada se jaba en el prójimo, el marginado, el olvidado de la sociedad, o cuando compartimos la limosna con el pordiosero, el limpia-vidrios, el limpiabotas; o cuando, por amor a Dios, compartimos el pan o el vestido con el hambriento o el desnudo.
Mirada «ad intra» (hacia adentro) cuando experimentamos personalmente la cercanía de Dios, en el perdón, en la confesión de nuestras miserias, en el reconocimiento humilde de considerarnos pecadores. Al terminar, o mejor, después de clausurado ya el año del Jubileo (terminó o cialmente el 20 de noviembre pasado), se impone o se requiere echar una mirada retrospectiva y actualizar el reto para el que fue programado el año de la misericordia. «Sed misericordiosos como el Padre». Esta es la cuestión.
Recordemos la doble dimensión de la misericordia explicada por San Agustín y de la que hemos hecho referencia: La misericordia «estéril», ver, sentir al herido tirado al borde del camino y «pasar de largo».
La misericordia «fecunda» que exige no solo ver y sentir la desgracia del herido, sino abajarse, tomarle entre los brazos, acogerle, curarle, acompañarle, deteniéndonos y poniendo manos a la obra, para hacerle sentir y experimentar en nosotros la ternura de Dios a través de nuestro testimonio y compromiso. Y desde aquí preguntarnos: ¿Qué ha supuesto para mí, cada uno responda por sí mismo, qué ha supuesto para mí este año? ¿Qué huella ha dejado en el camino la experiencia personal de la ternura de Dios? ¿Reconocerán en nosotros que verdaderamente hemos aceptado y compartido la misericordia de Dios?
Sabemos que Dios nos trata con misericordia. El se adelantó a nosotros. Ahora espera de nosotros «una respuesta». Que seamos misericordiosos con los lejanos (los de fuera), con los cercanos (los de dentro) y con todas las criaturas.
Para llegar a dar estos pasos es imprescindible, son palabras del Papa, «que para ser misericordiosos tenemos que experimentar la misericordia en nosotros».
Nadie da lo que no tiene.
Ser misericordiosos con los lejanos supondrá favorecer una Iglesia «en salida», hacia la periferia, hacia aquellos que viven alejados y ser para ellos portadores, con nuestra cercanía, de la ternura de Dios experimentada en nosotros. Las palabras se las lleva el viento si no hacemos espacio en nuestros corazones. Los ejemplos arrastran. «Hoy se hace más caso a los testigos que a los maestros», decía el beato Pablo VI.
Ser misericordiosos con los cercanos, es quizás una asignatura o tarea que tenemos muchas veces pendiente. Me explico. Somos luz en la calle y oscuridad en la casa. Brillamos ante los de afuera, amigos, compañeros de trabajo, miembros de otras comunidades y, hacia adentro, entre los nuestros, llámense esposa, esposo, hijos, miembros que viven bajo el mismo techo, y nunca hay una palabra de aliento, de comprensión, de cercanía, de misericordia. Hay maltratos de palabra o de obra, silencios rencorosos, falta de diálogo y de perdón.
En una palabra somos lumbreras en la calle y bombillos «con luz», pero apagada en la casa. Somos bombillos que no lucen, no alumbran. ¡Cuántos casos conocemos de esta clase!
Ser misericordiosos con todas las criaturas. Son hechura de Dios, imagen de Dios, reflejo de su amor. La casa común, como nos dice el Papa en la «Laudato si» en la que cabemos todos y todos nos tenemos que preocupar y brindar nuestra cooperación para preservar la belleza con que fueron creadas.
El Señor espera. Los heridos y marginados también. Es hora de dar una respuesta. La teoría está expuesta y redactada en el relato de las obras de misericordia corporales y espirituales. Hacerlas realidad es tarea nuestra. Será el mejor signo de expresión y respuesta agradecida como gratitud y acción de gracias a Dios Padre, cuyo nombre es misericordia manifestada en el rostro de su Hijo.
«Misericordiar», es decir, aceptar en nosotros la misericordia y hacérsela sentir al necesitado, ha de ser tarea de toda la vida. «Más que buscar «actos de amor» busca amar en cada acto».