Por: Rafael Saint-Hilaire
Ultreya Julio 2017
Con mucho regocijo y a casa llena recibimos al hermano Rafael Saint-Hilaire, quien durante la celebración de la Ultreya Nacional Arquidiocesana del mes de julio, nos trató el tema «Los Dones al Servicio». Y vamos a iniciar haciéndonos este cuestionamiento: ¿Cómo reconocer nuestros dones y por qué debo utilizarlos al servicio de los demás?
Antes de entrar en materia vamos a dejar sentada la siguiente premisa que podemos ver en San Juan 15, 1-8, donde nos dice el Señor: «La Gloria de mi Padre está en que den mucho fruto y que sean mis discípulos», cuando decimos: Señor Dios, te alabamos, te adoramos, te bendecimos y te glori camos, recordemos lo que nos dice Jesús, sobre lo que es la gloria de Dios, que demos fruto y que seamos sus discípulos.
Es imperativo saber que todas las cosas que yo hago no las hago para que Dios me ame ¿por qué? sencillamente porque Él me ama desde antes que yo pueda dar frutos.¡Me amó primero! Tampoco que las cosas que yo haga, son para que Dios me salve, sino que, lo que yo realice, es una consecuencia, una devolución al amor que Dios me ha dado. Ese don del Amor de Dios, el más grande de los dones. Dios es Amor, nos dice San Juan.
Para dar frutos tenemos que poner esos dones al servicio de los demás. ¿Qué queremos decir con la palabra «dones»? Son regalos que Dios nos hace, a través del Espíritu Santo, para que nos sintamos en capacidad para devolverle ese amor a Dios Padre. Porque nosotros solos no podemos, no podemos hacer nada si no es por la acción del Espíritu Santo.
Los dones y las necesidades de La Iglesia van de la mano. Para qué vamos a recibir un don, si no es para ponerlo al servicio de los demás. Identifiquemos las necesidades y trabajemos en consecuencia. Es más, hagamos como hizo María al enterarse que su prima Isabel estaba embarazada, fue a su servicio. De ahí se desprende uno de los pasajes más bonitos en nuestra historia de salvación: «¿Qué he hecho yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?». Así deben sentirse nuestros hermanos para que digan cuando nos vean: «¿Qué he hecho yo para que este hermano de mi Señor venga a visitarme, a cuidarme, a evangelizarme?».
Reflexionemos: ¿Cómo está mi servicio? Te identificas con la siguiente frase: «Puedo pero no quiero, o quiero pero no puedo». Estás consciente que la Pereza es un pecado.
San Pablo, nos dice en cada uno de nosotros está esa huella del pecado que hace que nuestros buenos deseos no se identifiquen con nuestras obras: «Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta» (Romanos 7, 21). El bien que quiero hacer, no lo hago y el mal que no quiero hacer, lo hago. La respuesta que da el apóstol es la de vivir en Cristo, que ha vencido a la muerte y al pecado.
Una de las consecuencias de la pereza es la denominada desidia, que es el desinterés por las cuestiones del espíritu. Así pues, cuando nos apartamos de la Gracia, de nuestra vida de oración, de acudir a vivir los sacramentos, etc., se da esa tendencia natural del «no hacer nada», haciendo presa a nuestro ánimo. Pensamos que Dios nos ha soltado de su mano… ¡Gran mentira! Y déjenme decirles lo que no hiciste, que te tocaba, se deja de hacer para siempre. Y eso tiene consecuencias externas e internas.
Las externas son que no diste el fruto que Dios espera de ti, que no bene ciaste con tu acción a la Iglesia, a los hermanos, a la sociedad. Las internas son devastadoras ya que impidieron tu crecimiento, no avanzaste en tu propia madurez espiritual. Le dejo para re exionar la parábola de los talentos en San Mateo 25,14-30.
Defnitivamente el Señor espera de nosotros que demos frutos poniendo nuestros dones al servicio de los demás y siempre teniendo en cuenta, como nos dice el apóstol Pablo «hay un camino perfecto y este es el amor» (1 Cor 12, 31; 13). Procura entonces en amor poner en práctica los dones que has recibido y que todo lo que hagas sea para honra y gloria de Dios. ¡Que el Señor te bendiga!